Crítica de teatro: Una relación pornográfica



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Una relación pornográfica. De Philippe Blasband. Dirección: Javier Daulte. Versión: Pablo Kompel. Con Cecilia Roth y Darío Grandinetti. Diseño de escenografía: Alberto Negrín. Diseño de iluminación: Albert Faura. Diseño de vestuario: Ana Markarian.
Sala Pablo Neruda, del Paseo La Plaza. De miércoles a domingo.
 


 

Alguna vez hemos dicho en estas columnas, que el recuerdo de una buena película atenta a veces contra su réplica en el escenario. A veces es al revés. Un dios salvaje de Jazmina Reza fue un plomazo en cine, a pesar de ser dirigida nada menos que por Roman Polanski, y en Buenos Aires tuvo una puesta de extraordinaria eficacia, dirigida por Javier Daulte. En este caso, es el mismo director quien se enfrentó de nuevo, en la memoria del público, con el recuerdo de otra película, pero esta vez sin la misma fortuna que en su experiencia anterior. El filme se conoció aquí como Una relación particular, gracias al mismo reflejo mojigato que movió a los españoles a titularla Una relación privada, distorsionando su verdadero y más significativo título Una relación pornográfica. Muy sucintamente, la película, que dirigió Fréderic Fonteyne y tuvo por protagonistas a la estupenda Nathalie Baye y al no menos convincente Sergi Lopez, cuenta la historia de una mujer y un hombre que en París se encuentran, a través del contacto que ofrece una publicación en Internet, con el fin de mantener solo un vínculo sexual. Ella desea cumplir una fantasía que enuncia en la obra pero nunca especifíca y él, al parecer, es tentado por la curiosidad. Se reúnen todos los jueves durante varios meses y ocurre, como en tantos otros casos, que lo que surge como un nexo solo sexual, en el que ni siquiera se dan sus nombres ni se cuentan quiénes son, se va transformando en una relación sentimental intensa, en un enamoramiento.
Este texto, Philippe Blasband, el autor lo escribió primero para teatro y luego fue tentado para llevarlo al cine, con su propio guión, que es donde alcanzó su más fuerte difusión. Pero, más allá de las bondades de la película, que las tiene, lo que resulta curioso –por lo menos hasta cierto punto- es que el libro cinematográfico sea superior al teatral, habiendo intervenido en los dos casos la misma mano. Esto hizo que en España, los actores Pastora Vega y Juan Ribó, quienes estaban haciendo una gira nacional con ese título, utilizaran una adaptación mucho más cercana a la película que al libro. En cambio, en la versión que se ve en Buenos Aires, la obra –o por lo menos la adaptación que firma Pablo Kompel, pero en la presumiblemente trabajó también Javier Daulte- es en lo teatral muchísimo más pobre que lo que se vio en cine. En principio porque la situación de los dos personajes contándole al público aquella experiencia que tuvieron hace un tiempo y que ahora solo recuerdan –desde luego los personajes también dialogan entre sí- resulta a cierta altura del espectáculo abrumadoramente pesada, se diría que casi tediosa. Tiene muy pocas variantes. Y eso, a pesar del estupendo trabajo de los dos actores, Cecilia Roth y Darío Grandinetti, que sacan de la galera lo mejor de sus recursos para tratar de atrapar al público.
Por causas difíciles de explicar, toda la acción, si es que se le puede llamar así a la sucesión de distintos encuentros, transcurre en un solo ámbito, un gran salón de espera de un hotel –muy hermosamente concebido por Alberto Negrín-, que en ocasiones y con bastante artificiosidad permite imaginar otros lugares como son un bar, un hospital o incluso el cuarto donde los amantes se encuentran y que nunca se ve. Pero a esa falta de otros lugares que ese salón, se le suma también el hecho de que los cuerpos de los amantes, ni en su totalidad ni en parte, se ven nunca en ninguna escena. Esta, es tal vez, una decisión de los artistas, muy respetable por cierto, pero que, frente al recuerdo de la película, que los muestra con gran cuidado y delicadeza, sin apelar jamás a ninguna escena chocante, pone a los protagonistas de esta versión en una situación de evidente desventaja. Alguien podrá decir: mucha gente no vio la película. Verdad, pero ahora enterada, irá a verla y notará la diferencia de carnalidad, que no se da por la presencia de los cuerpos desnudos, porque no es eso lo que se requiere, sino por la ausencia de  un clima mórbidamente sensual. También se puede argüir que es posible crear una situación de alto voltaje erótico sacándose nada más que el saco o una corbata. Es también verdad, pero no es este el caso en la versión de Buenos Aires.
Otro tema es cierta inverosimilitud de la historia. Es verdad que, en la imposibilidad de la pareja de lograr un acuerdo para continuar la relación en un nivel más profundo de conocimiento, la obra lo que intenta es metaforizar sobre el fenómeno cada vez más frecuente entre hombres y mujeres en la sociedad contemporánea de rehuir el compromiso de uniones más duraderas por temor a la responsabilidad que ello implica. La historia permite al respecto toda una serie de reflexiones que pueden ser muy ricas, porque ese fenómeno de verdad existe y, sin entrar a opinar sobre cuál es su extensión, porque la desconocemos, el solo hecho de traerlo a la palestra del debate es ya muy auspicioso y necesario para conocer bien cómo son nuestras conductas en el plano del afecto. Dicho esto, y volviendo al tópico de la inverosimilitud, digamos que, tal como se plantean las cosas en esta versión, parecería que los dos no tienen ninguna dificultad de hecho, al menos no se sugiere ninguna, para que ambos sigan la relación, incluso sin necesidad de recorrer caminos formales.
Es poco creíble que los integrantes de una pareja que ha logrado tal intensidad de comunicación, y no solo en el plano sexual, no intenten averiguar cuál es el obstáculo real que impide que la relación continúe, más allá de la  mera sospecha o suposición      –como plantea la obra- de que el otro casi con seguridad desea la separación, pero que no es más que una suposición porque, individualmente, cada personaje dice que no desea romper. ¿Ninguna pregunta o curiosidad de por qué no se puede seguir ese vínculo, aún en condiciones parecidas a las que tuvo si es que los dos son libres y no tienen algún impedimento poderoso que se los impida? Hay un misterio que podría atribuirse a una elección estética, pero que, por lo excesivo, funciona mal y daña la credibilidad de la obra. En la película, si la memoria no le falla al que escribe estas líneas, sobre el final hay una escena que parecería sugerir qué es lo que ocurrió para que aquella continuidad no se produjera. Acá no, en esta versión se acepta que la separación es inevitable, sin más fundamento que una conjetura. Se podría alegar que la falta de una pista pone al espectador en mejores condiciones de imaginar distintas alternativas. En parte es cierto, pero no del todo,  porque sino habría que adjudicar a la mirada de un autor un efecto muy causalista sobre el espectador y a éste una actitud muy pasiva, cosa que nunca es totalmente así.
Todos estos temas podrían haberse solucionado en una mejor adaptación y un mejor criterio de puesta coherente con ella. Por razones que desconocemos no pasó, incluso tratándose de un espectáculo que tiene la batuta de Daulte, un director que ha probado tener imaginación y voluntad suficientes como para meter mano en textos que no han sido suyos cuando las necesidades de una reescritura así lo exigían.
                                                                                                                      A.C.    

 

 

 

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