Crítica de teatro: TV60
TV60. Autor y director: Bernardo Cappa. Vestuario: Paolo Delgado. Iluminación: Carlos Delgado. Música original: Federico Zypce. Elenco: Martín Bertani, Brenda Chicholswki, Carlos Apella, Fernando de la Rosa, Sofía García, Diego Gens, Natalia Gardinieri, María Lancioni, Guido Losantos, Aníbal Gulluni, Laura Nevole, Dina Pugach, Silvia Villazur y Carla Viola. Teatro Sarmiento, de jueves a domingo a las 20 horas.
Hace rato que Bernardo Cappa, 44 años, viene ofreciendo al teatro de Buenos Aires, como autor y director, espectáculos de fuerte teatralidad y aguda comicidad crítica frente a los hechos de la vida política, social y artística del país. Espectáculos que, a pesar de sus diferencias entre sí, mantienen mucha coherencia con su ideario estético, que es siempre en él muy reconocible. Con TV60, Cappa se vio enfrentado a un fuerte desafío: vérselas con un escenario más espacioso que los que usa habitualmente y un elenco con mayor cantidad de actores que en otras oportunidades. El elenco surgió de sus alumnos de la Universidad de Arte, UNA. Frente a ese reto, el director no cambió de método de trabajo y abordó el proyecto escribiendo y escribiendo -como forma de abrir camino a la imaginación de situaciones teatralmente atractivas- y llevando a cabo el proceso de prueba y error en el escenario por la vía de la improvisación y el ensayo. Un proceso de apertura a los estímulos de la realidad que solo se puede concretar con eficacia cuando se tiene una experiencia ya adquirida en esa metodología. Y Cappa la tiene. Por eso, salió airoso del reto y transformó esta sátira sobre la televisión, que a la vez es una metáfora de múltiples sentidos sobre ciertas identidades y rasgos de este país, en un espectáculo en muchos pasajes muy gozoso.
Es verdad que la acción sobre un espacio más amplio y la gran cantidad de actores acentúa a veces cierta sensación de desorden que suele aparecer en las obras de Cappa, sobre todo como consecuencia de la costumbre del director de introducir la ruptura constante de la estabilidad estructural de la obra con hechos que introducen novedad, teatralidad y energía al montaje. En este caso este efecto se produce en varias ocasiones, pero no siempre. Y cuando no sucede, la fluidez de la narración decae, se resiente. Es posible que acá haya también alguna debilidad en las articulaciones de la dramaturgia. Pero son detalles que las sucesivas funciones, con toda seguridad, pueden ir resolviendo. El conjunto de hechos que se relatan en la pieza ocurren en un set televisivo durante la madrugada del 28 de junio de 1966, fecha en el que el dictador Juan Carlos Onganía destituyó al presidente constitucional Arturo Illia. En esas horas, uno de los productores de un canal ha recibido el encargo de realizar un programa que les transmita alegría a los espectadores y que será emitido ni bien se reciban órdenes superiores. Gran parte de las primeras acciones giran en torno a este pedido y es tal vez la zona menos entretenida del trabajo.
Pero, sobre todo a partir de la llegada de un personaje al que graciosamente Cappa llama Julian Bisbal -que es el nombre de un personaje de una obra de Roberto Cossa-, acompañado de su madre, la escena da un vuelco y comienza a subir en ritmo e interés. Allí, todo empieza a funcionar de otra manera y aparecen los contrastes: lo grandilocuente y operístico se mezcla con lo vulgar, lo trágico con lo cómico o lo grotesco. Y desde allí crece, y va adquiriendo claridad y riqueza de expresiones, la metáfora de la televisión como gran productora de los imaginarios más siniestros de la sociedad, entre ellos el del nefasto sentido común de la gente, donde el pensamiento es reemplazado por la construcción mítica emocional. Sin duda, una de las escenas más efectivas es aquella en que los productores consultan a Bisbal, a la manera de lo que se hacía en los focus groups, sobre qué programa les gustaría más y él contesta que un almuerzo para que su señora madre pueda disfrutar mientras come con las grandes estrellas. A nadie se le escapa que ese momento habla en un sentido figurado, pero a la vez posible, del nacimiento de los encuentros que organiza Mirtha Legrand, pero también de tantas otras porquerías y banalidades que cruzan a la pantalla de TV, donde los concursos de narcisismo vacío son cada vez más frecuentes y no requieren nada más que tener voluntad para sumarse con desparpajo a la corriente general. Así, la televisión, simulando hacer lo que quiere el público, distribuye sus mentiras narcotizadoras sobre la sociedad.
Respecto del elenco hay algunas interpretaciones que son muy buenas y otras no tanto. Acaso, en este caso la cantidad de actores utilizados y el hecho de haber provenido de un taller de los que se hacen en la UNA -donde siempre hay alumnos más brillantes que otros- conspiró contra el logro de una homogeneidad en el rendimiento de los trabajos que hubiera redundado en la mayor calidad del espectáculo. Porque es verdad que no todos quienes tienen un papel en TV60 logran crear personajes que permitan al espectador vincularse de una manera más intensa, gozosa. De cualquier manera, el balance general de esta puesta es satisfactoria y recomendable.