Crítica de teatro: Los sirvientes
Los sirvientes. De Adriana Tursi. Dirección Andrés Bazzalo. Elenco: Luciana Bava, Marcelo Bucossi, Laura Montes de Oca, Soledad Rodríguez, Élida Schinocca y Fito Yannelli. Vestuario: Adriana Dicaprio. Iluminación: Fabián Molina Candela. Asistencia de Dirección: Ariel Nesterczuk. Teatro del Pueblo, Roque Sáenz Peña 943. Sábado a las 21 horas.
En series televisivas como Downton Abbey o Gran Hotel el público se ha acostumbrado en los últimos tiempos a frecuentar personajes cuya misión laboral y a veces existencial es servir al mundo de los de arriba. En el primer caso se refleja la vida, en un castillo del condado de Downton Abbey, de una familia aristocrática (la del conde Robert Crawley), en la Inglaterra de comienzos del siglo XX y luego posterior a la Primera Guerra Mundial. Esta familia es atendida por un abundante personal doméstico. En el segundo caso, se trata de las vicisitudes que se generan en un hotel de lujo de la España monárquica previa a la República, también en los comienzos del siglo XX. Allí también el personal de servicio es numeroso y, como en el ejemplo previo, vive en el mismo lugar donde desempeñan sus funciones. En ambas miniseries, los sucesos que constituyen el relato que estructura las distintas temporadas entremezclan los destinos de ambos sectores sociales, en ciertas situaciones incluso en lo afectivo y a veces también en el de los negocios, aunque menos. Y los personajes de esos dos segmentos representan ellos mismos los hechos que se cuentan.
En la obra teatral de Adriana Tursi se abordan en clave de ficción algunos episodios de los que se vivieron en los últimos meses de la vida de Juan Perón, supuestamente en la quinta presidencial de Olivos. Pero mediante otro procedimiento. Ninguno de los protagonistas políticos de aquella época (el general, su esposa, su secretario privado y otras personalidades a las que, en ningún momento, sin embargo, se las designa con nombre propio), aparecen nunca en escena. Los acontecimientos que enfrentan, la muerte, las crisis políticas, los choques de opiniones, etc., se van conociendo solo a través de los sirvientes que, en algún lugar de la residencia, la cocina u otro espacio, se reúnen cada tanto y comentan lo que ocurre. Algunos de ellos tienen cercanía con los personajes del poder en forma directa, porque los asisten en su enfermedad, sus actividades e intrigas o son sus choferes, cocineros o quienes los visten. De manera que la trama de los sucesos se va colando en los diversos contactos que ellos tienen durante el día y va develando qué es lo que pasa. A la vez, la muerte, esplendor o declive de esos personajes dentro de la rueda de poder incide en la suerte de quienes están más cerca de ellos, tanto para beneficiarlos como para hacerles perder su buena posición de confidentes.
Andrés Bazzalo ha trabajado este texto con un despojo casi absoluto, apostando, sobre todo, a la eficacia actoral de su elenco. No hay casi escenografía, pero sí una iluminación muy atenta a las situaciones. En las composiciones, se trabaja en el contraste entre el hieratismo rígido del jefe del servicio doméstico –muy al estilo de los prototipos que se ven en las series o películas inglesas- y el comportamiento más relajado y descuidado del chofer o el oportunismo ambicioso de alguna de las chicas del personal, que no desaprovecha oportunidad para meterse entre las sábanas de quienes pueden ayudarla a ascender. Todo puede ocurrir también allí abajo, donde los comportamientos parecen a menudo un espejo de las mezquindades que se ve en los espacios donde se toman las decisiones que pesan.
En ese sentido, las actuaciones cumplen bien la tarea de sostener la narración, tienen el sello seguro que les da una profesionalidad experimentada, pero ninguna de ellas alcanza un nivel capaz de conmover o interesar de manera especial al público. Tampoco, en ese sentido, el texto, a pesar de la prolijidad con que enhebra los hechos dentro de una estructura de relato coral y el interesante procedimiento para contar la historia, lo logra de un modo contundente.