Crítica de teatro: Los derechos de la salud
Los derechos de la salud. De Florencio Sánchez. Dramaturgia y dirección: Alfredo Martín. Elenco: Mercedes Fraile, Marcelo Bucossi, Daniel Goglino, Lorena Szekely, Elida Schinocca y Rosana López. Violín: Cecilia Sanjurjo. Vestuario: Mercedes Piñero. Escenografía: Mercelo Jaureguiberry. Iluminación: Marcelo Jaureguiberry y Fernando Díaz. Teatro Andamio 90, Paraná 660. Todos los viernes a las 20,30 horas.
Frente a una obra como Los derechos de la salud, tan conocida en la producción de Florencio Sánchez y vista en distintas versiones a través de los años, la primera reflexión que surge al espectador es la potencia del teatro de ese uruguayo que ya en 1907, hace más de un siglo, era capaz de adentrarse con valentía en los atormentados conflictos que produce en una familia la enfermedad terminal de uno de sus integrantes. En este caso es el de una esposa y madre de dos hijos de 4 y 5 años, Luisa, aquejada por una tuberculosis que sabe la llevará a la tumba en breve tiempo, pues por aquel tiempo era una dolencia incurable. Todos le ocultan su enfermedad, pero ella la intuye, a pesar de los regulares regresos a la esperanza de curarse que experimenta, alentada por su médico y sus parientes.
En medio de esa crisis, sin embargo, no soporta la conmiseración del marido, Roberto, ni de su hermana Renata, que poco a poco van enamorándose, aunque resisten la tentación de articular una relación mientras ella viva. En este juego doloroso donde Luisa se siente cada vez más desplazada y menos querida por su marido, aunque no desprotegida, y el lento pero ardoroso crecimiento de la pasión entre los otros dos personajes, Sánchez va desarrollando la tensión hasta límites muy intensos. Y aunque los diálogos, por su forma de construcción y estilo, y cierta tendencia a las frases sentenciosas, denuncian un teatro de otra época, ni siquiera ese factor logra tapa la pujanza que aún hoy sigue demostrando la obra.
Alfredo Martín ha trabajado la dramaturgia del texto, condensándolo y eliminando la aparición de algunos personajes, como los niños, por ejemplo, sin por eso dañar en lo más mínimo la naturaleza de la pieza. Es un muy buen trabajo el suyo en ese aspecto. Ha contado también con un elenco eficiente, en el que todos cumplen sus roles sin recargar las situaciones, pero sin restarle tampoco fuerza dramática. Es muy valorable la actuación de Mercedes Fraile en el papel de Luisa, que se mueve con tonos exactos entre la angustia, los resplandores de la ilusión y la conciencia del mal inevitable. Expresivo en su lucha interior Marcelo Bucossi como Roberto y de una sobriedad sin fallas Daniel Goglino en el doctor. El elenco se completa con las homogéneas interpretaciones de las actrices Lorena Szekely, Elida Schinocca y Rosana López.
Un detalle interesante de la puesta es que el público la puede ver en el propio espacio escénico junto a los actores y elegir el lugar desde donde seguir los acontecimientos. El ámbito donde se mueven los actores está dividido en tres partes: una suerte de living, un dormitorio y una suerte de patio por donde se circula de un lado al otro. Tanto el primero como el segundo sitio están configurados por esqueletos de madera vacíos en su interior que permiten ver las escenas que ocurren detrás de ellos. El vestuario es también el resultado de un trabajo concienzudo en su voluntad de reflejar una época. Y la iluminación excelente.