Crítica de teatro: Kilómetro Limbo



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Kilómetro Limbo. Dramaturgia: Pedro Gundesen. Director: Luis Romero. Elenco: Osvaldo Santoro, Claudio Rissi y Cristián Aguilera. Asistencia de dirección: Gladys Escudero. Iluminación: Marco Pastorino. Vestuario y Escenografía: Marcelo Valiente. Teatro Nacional Cervantes. Viernes y sábados a las 19 horas. Domingo a las 18,30 horas. Duración: 60 minutos. 

 En marzo de 2002, los diarios del país se ocuparon de un hecho que, transformado en noticia, luego recorrería el mundo. Los habitantes de una villa en Rosario, aprovechando que un camión había volcado al costado de la ruta, aprovecharon para faenar a algunas de las vacas que el transporte llevaba en su jaula. Este hecho se repitió posteriormente, aunque la repercusión fuera menor al de la primera vez. El talentoso dramaturgo Pedro Gundesen (autor también de Argentinien) ha tomado este suceso como pretexto para elaborar una alegoría sobre la fraternidad humana, sobre los lazos que deben imperar en la existencia si realmente se quiere que ella no sea un campo de batalla cruel, campo donde, por otra parte, los pobres llevan siempre la peor parte.

     De allí que la obra no ubica con precisión temporal y territorial los hechos, si bien por las características del contexto el espectador sabe que es una historia que sucedió aquí en la Argentina, pero podría muy bien haber ocurrido en otro ámbito. Lo que la pieza describe es el encuentro de dos personajes que, en apariencia, son totalmente distintos. Uno es el Taqueño, un transexual que comercia con su cuerpo en la ruta a la espera de clientes que en viaje hacia otro lado se tienten con la idea de acercársele. El otro es el camionero cuyo camión derrapa. El encuentro se produce en una casilla muy precaria y constituida por chapas y carteles de propagando de viejos productos, que han sido tomado como materiales de construcción. Allí adentro, entre medias luces y cortinados hechos con pedacitos de plástico, imágenes religiosas, velas, una cama rústica y una alfombra de cuero de vaca, transcurre el diálogo entre ellos.

      El conductor es el Nene, un hombre que ha sido llevado allí por el Taqueño para curarle los magullones que se produjo al volcar su camión. El Nene es un individuo lleno de prejuicios, que cree que todos los habitantes de la villa son ladrones y malvivientes, que lo quieren robar. El  dueño, en cambio, es una persona más reflexiva, aunque lo pueden asaltar brotes de furia. Pero en él predomina casi siempre la calma y lo tranquiliza al camionero, intentando hacerle comprender que los vecinos han hecho lo que hicieron por necesidad. Representan como dos polos opuestos, a los que es difícil unir, pero de pronto llega un concejal y funciona como catalizador de esas dos fuerzas. Es un edil de la zona que está preocupado por dar una versión de los hechos que no lo perjudique en lo político y trata de convencer a estos dos tipos. Y al intentarlo les hace entender a ellos -que piensan distinto, pero son representan en lo social de algo similar-, que el recién llegado los quiere joder y eso los impulsa a unirse. Y es así que, pensando cómo proceder contra éste, conciben una manera de desairarlo. Y sellan entre ellos un vínculo humano que va más allá de sus diferencias.

       La versión es excelente y tiene una dirección muy afinada y de genuino cuño emocional. Hay también dos formidables actuaciones: las de Osvaldo Santoro y Claudio Rissi –intérpretes que siempre rayan alto en sus composiciones- y una eficaz participación de Cristián Aguilera como Bagattini como el concejal preocupado.  La escenografía y vestuario de Marcelo Valiente es excelente y muy reveladora de lo que es un ambiente precario. Lo mismo que la iluminación de Pastorino.
 

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