Crítica de teatro: Final de partida



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Final de partida. De Samuel Beckett. En traducción de Francisco Javier. Dirección: Alfredo Alcón. Intérpretes: Alfredo Alcón, Joaquín Furriel, Graciela Araujo y Roberto Castro. Escenografía: Norberto Laino. Iluminación: Gonzalo Córdova. Vestuario: Mirta Liñeiro. En la Sala Casacuberta del Teatro San Martín.

 

Beckett, como algunos buenos vinos, mejora con el paso del tiempo. Es que aquel autor demasiado enigmático para el público que asistía a las primeras representaciones de sus obras allá por mediados del siglo pasado –inscriptas bajo la corriente de teatro del absurdo-, necesitó que el transcurso de los años afinara la percepción de los espectadores y de ese modo su universo poético fuera captado en toda su profundidad. En cierta medida, es verdad lo que decía él acerca de que no había ningún misterio en su teatro,  que lo que reflejaba era la miseria de la vida misma, ignorada solo por la ceguera de los hombres. Decimos en cierta medida, porque, si bien ya en época de Beckett el mundo estaba contaminado por los estigmas del mal, la injusticia y la violencia –acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial-, y el espectador no podía ignorar eso, la forma de su teatro, que no seguía los cánones del realismo más clásico, pudo desorientar a alguna gente. Por eso: algunos lo descubrieron enseguida, otros necesitaron afinar sus oídos y sus ojos a las nuevas modalidades estéticas que proponían los nuevos autores.

Beckett ha tenido en la Argentina, y en Buenos Aires en particular, una consideración muy alta, desde un principio. Todos sus títulos importantes han sido estrenados y sus reposiciones gozan siempre, sobre todo cuando alcanzan la calidad que requieren sus textos, una muy buena acogida. Esto ha ocurrido con esta nueva versión de Final de partida, que dirige y actúa el celebrado intérprete Alfredo Alcón. Lo interesante de esta puesta es que la intervención del actor en el papel de Hamm no lo distrajo en ningún momento de sus responsabilidades de director. La conducción que hace del trabajo de sus colegas (Joaquín Furriel, Graciela Araujo y Roberto Castro) es puntillosa y logra, gracias al muy buen desempeño de ellos, resultados muy satisfactorios. Pero él mismo realiza una de sus mejores interpretaciones de los últimos años. Su laboriosa orfebrería vocal sobre la palabra beckettiana le arranca al texto significados y resonancias de una enorme belleza y hondura.       

En lo demás, la puesta está muy favorecida por el diseño de luces y la escenografía de Córdova y Laino, del mismo modo que por el vestuario de Mirta Liñeiro. El ámbito en el que transcurren las peripecias entre Clov y Hamm y los padres de éste último, encerrados en dos barriles de aceitunas, son sumamente opresivos, como corresponde a la mirada que Beckett tiene del mundo.

 

 

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