Crítica de teatro: Despedida en París
Finales del año 1897, en una sala de espera de la gare de París destinada a personalidades muy distinguidas, una esbelta mujer está esperando la llegada de un tren. De pronto, otra figura muy elegante, ingresa en ese lugar y la saluda, diciéndole en un suave tono de reproche si se pensaba ir sin saludarla. Son: Eleonora Duse, la mujer que espera, y Sarah Berhardt, la que irrumpe. Una tiene por ese entonces 39 años, la segunda 59. El diálogo que comienza allí es una ficción, pero muchos de las cosas que se cuentan en él están sólidamente documentados en una investigación de época. Efectivamente, en ese año, pero en mayo, Eleonora Duse, la extraordinaria intérprete italiana, había llegado a París para realizar una serie de funciones en el teatro de la Renaissance, que pertenecía a Sara Bernhardt. Durante muchas semanas, la Duse actuó en diversos papeles logrando un éxito de taquilla indiscutido.
Según dicen los diarios de la época, muy pronto la valoración de cuánta era la grandeza de cada una de ellas como intérprete entró en competencia y las opiniones se dividieron entre el público y los propios comentaristas teatrales. Las crónicas de la época dejan entrever esa polémica en los diarios de la época. Con mucha sagacidad y con un material que se nutre en una investigación de lo sucedido en esos años, el autor cordobés Raúl Brambilla crea con toda libertad la ficción de un encuentro entre ellas en una estación de París y, en el tiempo que dura la llegada del tren, le saca un partido extraordinario, porque con absoluta sutileza y precisión en el diálogo va mostrando las aristas de esa rivalidad –con mucha probabilidad auténtica, pero vaya saber hasta qué punto-, en los reproches apenas insinuados o abiertos que se hacen, en las ironías y hasta maldades que se gastan.
Pero lo destacado del texto de Brambilla es que, en una operación dramática progresiva y casi imperceptible, va descendiendo del brillo verbal que provoca esa esgrima ingeniosa y de la apariencia entre altanera y dueñas de sí mismas que ambas irradian, aunque con rasgos más acentuados en el caso de la Bernhardt, hasta el mundo más atormentado y vulnerable de sus vidas afectivas, un lugar de intemperie que comparten pero no siempre confiesan. Eleonora mantiene una relación desigual con Gabrielle D’Annunzio –un gran autor, pero al parecer también un villano de cuarta, lleno de taras y miserabilidades- y Sara es una mujer que ha perdido a todos sus grandes amores y está a las 59 años prácticamente sola. En este punto, esas rivales coinciden: en que la gloria que han obtenido les ha dado satisfacciones artísticas y una notoriedad dorada, pero escaso amor.
Un recorrido por todo el libro de Brambilla podría procurar otros hallazgos muy pródigos en interés, en especial para las personas de teatro, aunque no sea una obra escrita pensando en este público: las diferencias entre los estilos de actuación, el papel de los críticos en aquellos tiempos –se menciona especialmente a Francisque Sarcey, cuya opinión era una suerte de oráculo, pero que por esa época parece que se dormía con frecuencia en su butaca-, los grandes títulos que se estrenaban por entonces como La dama de las camelias de Alejandro Dumas (en cuyo papel central de Margarita Gautier ambas divas brillaron aunque con interpretaciones distintas), o Tosca de Victorien Sardou, que tanto impresionó la sensibilidad de Giácomo Puccini y lo llevó a componer una de sus óperas más celebradas.
La estructura de esta obra se desenvuelve pues como un reloj y da posibilidad para que las actrices disfruten del trabajo y se luzcan. Una a través de una personalidad arrogante, aunque no siempre segura, que aguijonea una y otra vez; la otra más a la defensiva, pero capaz también de asestar algunos golpes certeros. En este caso, el director contó con dos excelentes actrices que, a partir de dos composiciones exquisitas enriquecen, con gran inteligencia, emocionalidad y sentido del tiempo teatral, las distintas alternativas que les provee el texto. Ellas son Fernando Mistral, como Sara, y Stella Matute, como Eleonora. Y un último detalle: el lugar elegido como ámbito para hacer la obra es realmente inmejorable.