Crítica de teatro: Decadencia
Decadencia. Autor: Steven Berkoff. Dirección: Rubén Suzchmacher. Intérpretes: Ingrid Pelicori y Horacio Peña. Traducción: Rafael Spregelburd. Versión: Ingrid Pelicori y Rafael Sprebelburd. Ambientación y vestuario: Jorge Ferrari. Diseño de iluminación: Gonzalo Córdoba. Diseño sonoro: Edgardo Rudnitzki. Teatro Payró, San Martín 766. Duración: 90 minutos. Martes a las 21 horas.
El autor inglés Steven Berkoff es una figura conocida en Buenos Aires. Nos visitó como actor en 1999, en ocasión de la realización de uno de los festivales internacionales de teatro que han tenido lugar en la ciudad. En aquel año hizo un unipersonal llamado Los villanos de Shakespeare, con mucho suceso. Y también se lo conoce porque varias de sus obras fueron representadas en la metrópoli, entre ellas: A la griega, Svetch y Hundan al Belgrano. La pieza Decadencia, repuesta en estos días en el Payró, es también uno de sus textos más conocidos y difundidos acá. Fue estrenada en la Capital en 1996 y entre giras y puestas en distintas provincias, se mantuvo con cambiantes alternativas y continuidades hasta 2006. Ahora los mismos actores y el director de aquella versión decidieron exhumarla en una decisión que es realmente oportuna porque la obra y la calidad del espectáculo lo justifican ampliamente.
Decadencia es un texto para dos actores, que deben representar a cuatro personajes que forman dos parejas: Sybil y Steve y sus respectivos amantes, Les y Helen. Los cuatro representan a la conservadora burguesía londinense, en un retrato que Berkoff hizo en tiempos de Margaret Thatcher, pero que aún hoy tiene plena vigencia por la difusión por el mundo de la ideología neoliberal y la creación de una subjetividad preñada de prejuicios e ideas reaccionarias sobre la vida en sociedad, que se han instalado en muchas latitudes como una epidemia persistente del siglo XXl. En este caso, cada pareja pertenece a un cierto nivel de esa burguesía: Steven y Helen son parte de una burguesía con linaje, procedente de la vieja aristocracia improductiva y corrupta, pero más sensual en el goce de la buena vida; la otra pertenece a un sector social que ha ascendido a una buena posición gracias a la movilidad social y es advenediza, burda, sedienta de poder y envidiosa de los oropeles de la otra. Ambas son profundamente retardatarias, xenófobas y antiobreras.
Berkoff los retrata y pone al desnudo con inusitada crudeza, es como si levantara un telón y los mostrara a través de una cámara Gesell, que permite verlos tal como son: groseros, cínicos, mal hablados, pagados de sí mismos, encerrados en sus microclimas y conscientes de que el mundo está a sus pies. Nada les importa de los otros seres humanos que están fuera de su órbita y si son pobres más, los desprecian como a alimañas. Arquetipos de esta calaña, más allá de su poder real o no –algunos no lo tienen, pero actúan como si lo tuvieran- se han diseminado por planeta con una lozanía en ocasiones que cuesta admitir y provoca escozor porque a menudo la perversidad de sus pensamientos más que repeler atrae. No es necesario viajar a Londres para conocerlos. Por eso, la obra de Berkoff es profundamente recomendable. Esos personajes que están allí los vemos a diario también en la Argentina.
La actuación de Ingrid Pelicori y Horacio Peña, interpretando a las dos parejas en claves de composición distintas, diferenciadas, es de un virtuosismo que no suele verse seguido ni en Buenos Aires ni ningún otro lugar. Desde la voz hasta la caracterización corporal y los gestos son mutados por ambos cada vez que se metan bajo la piel de estas desagradables criaturas que, sin embargo, también son capaces de hacernos reír. Porque si algo tiene Berkoff, además de un lenguaje de potencia casi física, es un enorme humor, un humor obsceno por lo que revela, nítido en la deformidad de aquello de lo que se burla, pero no por eso menos escalofriante. Porque esas criaturas, ridículas y todo, no solo forman parte de nuestro entorno, a veces pueden también llegar a los gobiernos de cualquier país, incluso el nuestro, y gobernar nuestros destinos.