Acostumbrados a ver sus muy buenos trabajos de dirección y dramaturgia (Nocturno hindú, Aráoz y la verdad, Más liviano que el aire, El último encuentro, Música del azar, por citar solo algunos en una lista mucho más nutrida) nos habíamos olvidado un poco de Gabriela Izcovich como actriz. Alma teatral da la oportunidad, dentro de un espectáculo pequeño, casi íntimo, de actualizar recuerdos de su calidad de intérprete. La obra tiene como protagonista exclusiva a una ex artista de teatro que recibe invitados en su living y, mientras amasa la torta de manzana que luego cocinada ofrecerá, les cuenta los recuerdos de su vida amorosa y aspectos de su historia en las tablas. Lo primero en el relato es su vínculo afectivo con un hombre que se llamó Alma de apellido y que, además de ser el padre de sus hijos, fue su gran amor. El ya no está, pero su presencia fantasmática se niega a retirarse, vuelve en sus evocaciones, sobre todo en la referida a aquel viaje a Villa Sofía donde sus vidas se unen para siempre. Hay otras alternativas en la narración, entre ellas la de un sentimiento doloroso que la mujer siente por un crítico que alguna vez la hirió con su comentario descalificador. Pero no solo eso: también las visitas al pasado y a sus trabajos en teatro que son proyectados por medio de un video. En un itinerario donde mezcla la ficción con algunos hechos reales, que pertenecen a la propia experiencia de la directora y dramaturga, la travesía se hace acogedora y entrañable y nos devuelve a Gabriela como esa actriz de finos y nobles recursos comunicativos, sin olvidarla como directora pues la pieza es también conducida por ella junto a su hermana Ana.